sábado, mayo 19, 2012

Morir (o mirar) esperando


                                        Por Gustavo Esmoris


 





J a v i e r  
D o s 
S a n t o s
                                           Morir Esperando

Morir esperando (que bien podría llamarse “mirar esperando”), del poeta fraybentino Javier dos Santos, es un formidable intento de capturar el mundo en pocas palabras. La muerte, la incomunicación, la soledad –como si no quedara demasiado tiempo– van desfilando con un aire veloz por estas páginas. Allí, el
ser humano parece condensarse en una cinética sucesión de miradas que se va estremeciendo en función de un tránsito tan frenético como necesario.
“Adónde habrá quedado/ Mi antigua mirada,/ Mi antigua forma de mirar,/ Mi antigüedad,/ Mi forma de mirar,/ De mirarte/ O de mirarme/ A los ojos/ Sin espejos posibles/ Sin ojos a mano,/ Sin pasado.”
Apenas transcurridas las primeras hojas del libro, queda claro que los ojos son, en definitiva, los protagonistas de esta poesía (ojos a los que el poemario está, incluso, dedicado). Hay poemas de múltiple lectura (o múltiple mirada) fatal y afortunadamente cortazarianos, caóticas miradas “cinco años más abajo”
Y también hay, en contrapartida, ojos maltratando niños, contra los que nos rebelamos: la metonimia tomando la mirada como representación de lo humano, y la Historia reconocida como lucha. En esa batalla nada es suficiente, y el poeta no es ajeno a ello: “Yo no soy digno de mí/ Ni de ti/ Ni de la lucha feroz/ De hombres hermanos/ De hombres-humanos/De humanos-seres, seres humanos/ Inhumanos, revocados.” Con cada imagen, terrible o no, todo está naciendo, todo está muriendo, y el único combustible efectivamente
esencial es la luz: “Me acuesto pensando/ que cuando te vuelva a ver/ ya no serás la misma/ que la que vi desnuda sobre el colchón.” En el fondo la mirada sabe –puede ver– que no hay nada más trasparente
que el silencio.
Javier dos Santos y Morir esperando no son una unidad perfectamente ensamblada, mucho menos un núcleo cerrado, y es bueno que así sea (hay caligramas, inesperados espacios en blanco, constantes cambios de ritmo, palabras que sorpresivamente se deslizan –o terminan rodando– por largas escaleras, y hasta dos poemas titulados Ahora, completando un círculo que retorna al punto de partida). Al meterse en el libro, el lector puede llegar a deducir que sólo estamos ante la punta del iceberg creativo del autor. Hay, en estas páginas, un hombre que surge presuroso bajo su discurso poético, priorizando dudas y temores, apelando lateralmente a lo anecdótico. Pero lo llamativo de Morir esperando no es que se trate de un libro urgentemente construido, en el que una sucesión vertiginosa de versos edifican ese discurso en camino. Lo
realmente sorprendente en esta obra es la forma en que el optimismo se apoya en la más profunda desolación, sin apagarse en ningún momento. Al leer a dos Santos, no se puede dejar de pensar en un texto de Amado Nervo, llamado “Bueno, y qué”, donde el poeta argentino desliza lo siguiente: “Voy a
darte una pequeña receta, vulgar e ingenua, para que te tranquilices de todo temor, de toda inquietud. En cuanto un recelo, un miedo, una aprensión quieran turbar los cristales de tu alma, repite dentro de ti estas palabras: Bueno, y qué.” Desde un ángulo escéptico, lejano totalmente al idealismo religioso de Nervo, dos Santos parece formularse a cada paso la pregunta sugerida. En ese intento de doblarle el brazo a los  temores más metafísicos, el poeta se inventa una raíz propia. Así, con una enunciación que recuerda a un diccionario, dos Santos va definiendo, por ejemplo, la muerte: “Muerte: espacio claroscuro entre el silencio y el silencio mayor.” Los ojos, los grandes protagonistas de estos textos, también son originalmente
definidos por la pluma del autor fraybentino:“Mil ojos, los tuyos,/ los grises. Los azules,/ los de miel, los de perdón/ o los que con mucho tacto podrían ser catalogados de:“vidrios acuosos de perfecta porcelana/ reluciente idilio de conejos/ refractarios de la noche clandestina”. Si este primer libro de Javier dos Santos
tuviera un correlato pictórico, seguramente nos encontraríamos con invernales paisajes desolados, donde los pocos seres humanos que habitan la tela se reparten por los rincones, lejos unos de otros, acompañados –a lo sumo– por un perro al que ignoran. Pero habría también, en ese universo, una remota luz, difícil de alcanzar, a la que alguno de esos personajes se lanzaría sin pensarlo, dejando detrás de sí –para no perderse, para que otros lo sigan– esas palabras que la poesía jamás desprecia, y que este excelente poeta de Fray Bentos tan bien conoce.

Morir esperando, de javier dos santos. 

Edición de autor.

Fray bentos, junio de 2007.

Gustavoesmoris@gmail.Com





2 comentarios:

  1. Me encanta tu espacio, autentico y elaborado. Te invito a visitar Precious Moments un espacio que espero sea de tu agrado. Saludos.

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  2. Gracias Omayra, leeremos tu blog con mucho gusto. Te invito a mi face, ahí podes leer de todo https://www.facebook.com/djdsmello. Saludos

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